Willy Kohan: Asoma un Plan Primavera Siglo XXI con agrodólares
Para El Cronista
El mundo económico está semi paralizado esperando las elecciones. No es poco lo que está en juego. Finalmente se mide cuánto poder mantendrá Cristina y su tropa para seguir interviniendo el gabinete y las principales decisiones del Gobierno en la segunda parte del actual mandato de Alberto Fernández. Qué volumen de poder político tendrá la vicepresidente para imponer su voluntad en temas híper sensibles como el futuro de la división de los poderes, o el avance del Estado sobre las empresas y la propiedad privada. Si va a estar o no disponible el vamos por todo, tanto en el país como en el Congreso.
Importa tratar de saber hoy qué destino tendrían en el Parlamento después de las elecciones proyectos claramente contrarios a la Constitución como las reformas que fracasaron hasta ahora para remover a fiscales y ahora al parecer también a los jueces por antigüedad. O los anuncios de debatir la estatización del sistema de salud cuyo principal impulsor es Daniel Gollán, el principal candidato de Cristina colocado segundo en la lista del oficialismo. También se ha propuesto desde el Instituto Patria estatizar los puertos, rutas y accesos por peajes, empresas concursadas como Vicentín, empresas de servicios públicos. Duplicar o triplicar impuestos, pesificar la economía por las malas y demás disparates que hasta ahora no prosperaron.
La mayoría de los analistas políticos a esta altura coinciden en que finalmente las elecciones difícilmente le otorguen a Cristina y lo que la vice presidenta representa mayor poder al que tiene hoy. Sería una sorpresa tanto una victoria contundente del oficialismo, como también llamaría la atención una derrota catastrófica. Si la verdad estuviera en el medio, Cristina en el mejor de los casos mantendrá quórum propio como ahora en el Senado sin llegar a mayorías especiales, tal vez incluso con alguna baja en su tropa incondicional de senadores.
El sector ultra k podría perder voluntades que hoy tiene en Diputados. Para lograr mayorías que hoy no tiene en el Congreso, el cristinismo en ambas cámaras debería ganar las elecciones con mayores números incluso que en 2019. No parece lo más probable con la inflación a 50% anual, la tragedia sanitaria y humanitaria del Covid y la corrida más o menos controlada contra la moneda
Interesa saber también cómo va a votar el principal bloque opositor, en caso que sobreviva la unidad a a la feroz interna desatada entre radicales y amarillos. Hay iniciativas donde los acuerdos políticos preocupan, como el nuevo impuestazo que necesariamente volverá a ponerse arriba de la mesa para 2022. O la segmentación de tarifas para quitar subsidios a los sectores de altos ingresos para repartirlos al resto de la sociedad.
Reapareció Martín Guzmán en las últimas semanas ya sin el bozal político que con que lo había castigado el cristinismo por la controversia sobre los aumentos de tarifas y el ajuste de gastos en el año electoral. Volvió el Guzmán moderado. Promete no aumentar el dólar oficial a más de 102,40 promedio hasta fin de año, tampoco una fuerte devaluación después de las elecciones y, sobre todo, buena letra con el FMI. Cuando el dólar se dispara y amenaza la corrida, hasta Cristina promete pagarle a los acreedores, tal como lo anunció en el arranque de la campaña electoral hace dos semanas.
Si no está disponible ni el shock por izquierda estatizador, y a la vez es impensable un shock de confianza pro mercado con la actual coalición oficialista en el poder; lo más probable es que para sobrevivir se opte por un clásico ajuste ochentista, con la ventaja hoy de la súper soja y tasas de interés bajísimas en un mundo que tiene 10 veces menos inflación que la que le tocó al binomio Alfonsín Sourruille en 1988. Un plan Primavera siglo XXI, sin riesgo de terminar en híper, porque la restricción externa, dirían los estructuralistas que hoy escucha Cristina, es hoy menos dramática que entonces.
Ajustar el desmanejo fiscal con un ajuste ochentista: un poco de devaluación, tarifazo que esta vez lo prometen segmentado contra ricos y clase media acomodada, otro sacudón impositivo directo o indirecto contra empresas y pagadores del impuesto a las ganancias y riqueza, aumentos salariales y jubilatorios por debajo del ritmo de la inflación real. Hasta con festival de bonos en pesos como hasta ahora y la posibilidad del desdoblamiento cambiario para terminar con el cepo y tratar de achicar la brecha. Primavera, Primavera, pero con los dólares del FMI y la soja que antes no estaban. Después de los 70′, defendiendo a Cuba y Nicaragua, luchando infructuosamente contra Pfizer, la lógica es que lleguen los 80′.
Cuenta mi colega en la radio y la TV, Alberto Valdez, que hasta Cristina autorizó explorar diálogos entre la oposición y economistas afines a Sergio Massa y Máximo Kirchner. Por las dudas, por si en las elecciones el Gobierno tropieza más de la cuenta, en caso que haya que acordar cómo evitar que se profundice la corrida contra el peso, la inflación y la tensión social para los dos últimos años del actual mandato. Un pacto Duhalde-Alfonsín aggiornado. Una vez más se menciona el nombre de Martín Redrado en esas mesas. También el de Hernán Lacunza por el larretismo, por ejemplo. Activo componedor con el empresariado en estas horas, Wado de Pedro. Como en todos los procesos electorales, el cristinismo se abuena. Hasta prometen indultar a Martín Redrado si es capaz de calmar al dólar.
Conviene recordar que en 2011 pasó lo mismo. Cristina y su entonces elegido, Amado Boudou, prometían a empresarios y banqueros acordar con los acreedores después de las elecciones y encaminar un ajuste racional de sintonía fina. Ganaron 54% a 17%, impuso Cristina el cepo, apareció Axel Kicillof a pleno con el comunismo del Nacional Buenos Aires y vino el «vamos por todo» y la batalla contra los fondos buitres. El truco de colocarlo a Alberto Fernández en 2019 al frente de la fórmula no fue nada, en comparación con el engaño de 2011 al Círculo Rojo.
La economía desconfía, aún de las palomas. Porque los acuerdos siempre son para gastar más y para subir impuestos. Nunca para racionalizar. En los proyectos de ley que promuevan más Estado y menos sector privado: ¿lo que representa Margarita Stolbizer en la coalición opositora va a votar lo mismo que el sector de López Murphy? Se observa una vez más que los renovados líderes de la coalición opositora, caso Horacio Rodríguez Larreta o María Eugenia Vidal, compiten por quién se disfraza más de progresista, lo más lejos posible del estereotipo de derecha que construyó el kirchnerismo contra Mauricio Macri. El espíritu de Marcos Peña y Jaime Durán Barba más vigente que nunca.
Qué otra cosa se puede esperar entonces después de las elecciones, si no es el tan cuestionado pero inevitable gradualismo. Como en los 80′, pero con los dólares de la soja. Ni Plan Austral ni Plan Cavallo. Un Plan Primavera siglo XXI, con pacto político al estilo 2002 de Duhalde- Alfonsín. El ajuste de siempre, con el aval de un «acuerdito» con el FMI como lo llama Carlos Melconian: un poco de devaluación, un tarifazo segmentado, otro impuestazo a empresas y ricos, inflación para pisar salarios, jubilaciones y planes sociales.
Lo dicho: con mucho más dólares que el Plan Primavera de los 80′, ahora que el campo genera cinco veces las divisas que entonces. Un ajuste para ganar tiempo hasta ver si aparece en el horizonte político algo que entusiasme. Que decida a los argentinos y al mundo a volver a traer los dólares y las inversiones al país.
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