Willy Kohan: “Crecen los temores sobre el futuro para la clase media”
Con un clima político cada vez más enrarecido y a toda grieta; con incertidumbres económicas que no se despejan: está creciendo fuertemente la preocupación de los argentinos por el futuro. No solamente las cuestiones de bolsillo en la vida cotidiana.También hay dudas cada vez más profundas sobre la posibilidad de acceder ahora y en el futuro a servicios y certezas básicos en la sociedad, tales como la seguridad, la salud o la educación. Nada parece asegurado.
Mirando la economía, las preguntas que se formulan el público y los actores económicos pasan básicamente por elfuturo del dólar y la inflación, cómo le va a afectar a cada uno el impuestazo que se viene y no solamente para las grandes fortunas y si el rebote de ventas que se advirtió por mayor demanda en algunos sectores durante mayo y junio se puede sostener, más allá de la corrida de compradores que, para sacarse los pesos de encima, se lanzaron a buscar mercaderías antes de que se ajustaran los precios internos.
Automóviles, motos, bienes durables, materiales para la construcción y textiles anotaron ese fenómeno; aunque en julio y agosto ese furor por ganarle a la inflación se fue apagando en parte, a medida que los precios en pesos también se iban actualizando.
Por ahora el dólar parece encontrar un nuevo equilibrio después de confirmarse el éxito en el canje de la deuda, el anticipo de las negociaciones con el FMI y la promesa del Gobierno de bajar el déficit del 12% del PBI o más que podría llegar este año, a 4,5% el año que viene, es decir, reducirlo a un tercio del nivel estrambótico de la actualidad.
La cuestión fiscal es la más difícil de medir y de creer, porque sigue muy afectada por los efectos de la pandemia y las cuarentenas que afectan directamente las cuentas: aumentan geométricamente los gastos por subsidios y a la vez cae fuerte la recaudación. A la vez, los anuncios económicos y políticos del Gobierno no hacen otra cosa que agravar el desequilibrio. Cada vez más subsidios y mayores gastos. Solo por sueldos, se calcula que la reforma judicial puede costar unos 150 millones de dólares adicionales al año.
Prácticamente todo lo que se va a recaudar por el polémico impuesto a las grandes fortunas de la Argentina.
El drama del coronavirus con las cuarentenas extremas anticipadas y ya saturadas, lejos de disiparse, parece golpear cada vez más en términos de contagios, muertes y estrés del sistema sanitario. En las últimas horas y con el aval de médicos terapistas afines al kirchnerismo reaparecieron las fuertes presiones políticas desde el Instituto Patria y la gobernación de Buenos Aires para volver a imponer cuarentenas estrictas en el área metropolitana y en las provincias y regiones afectadas.
Le pasan la factura al presidente Alberto Fernández por haberse dejado seducir por las políticas sanitarias de la Ciudad de Buenos Aires, abandonando a su suerte al más complicado de los mandatarios en la pandemia, Axel Kicillof.
Se suman en estas horas otras inquietudes profundas, además de las cuestiones económicas. Los argentinos comenzamos a preguntarnos sobre el futuro del país en cuestiones básicas para el desarrollo personal y familiar. Por ejemplo, si vamos a poder seguir educando normalmente a nuestros hijos. O si vamos a poder ser atendidos normalmente en hospitales y sanatorios como venía ocurriendo antes del coronavirus.
En materia educativa, ya parece que este año está perdido y nadie conoce los planes que se están formulando para el año que viene. Ya fue rechazado por miserias de la política el intento de la Ciudad de retomar un plan de emergencia para que volvieran a clase una o dos veces por semana apenas 1% de la población estudiantil.
Tampoco está garantizada ni la seguridad personal, ni el patrimonio de los sectores medios y medios bajos en el marco de un Gobierno que no reprime y en algunos casos alienta la toma de casas o de terrenos con la excusa de las necesidades sociales. Mucho menos, si en el futuro la Justicia quedará colonizada con jueces y fiscales militantes que se presume se van a poner del lado del Estado cada vez que los particulares reclamen por abusos de poder.
La idea de un Estado cada vez más grande y más regulador y a la vez cada vez más voraz en el cobro de impuestos supone una pesadilla que el sector privado viene financiando hace décadas en un modelo que se va agotando a pasos acelerados. Cada vez son más personas y empresas las que pierden la libertad y el valor enorme de progresar y sustentarse por sí mismas. Se convierten en empresarios y ciudadanos planeros. Dependen cada vez más para sobrevivir de la asistencia estatal.
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