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Rezar que la Corte frene los delirios expropiatorios

By on 7 octubre, 2020

Por Willy Kohan, para El Cronista

Se profundiza la preocupación entre empresarios e inversores a la hora de evaluar qué camino podría adoptar el gobierno de Alberto Fernández y Cristina Kirchner en caso de que no se detenga la corrida contra el peso y el Banco Central vaya agotando definitivamente sus reservas para responder a la demanda de dólares por parte del público y los importadores.

Los temores del mundo económico, infundados o con argumentos sustentados en los fantasmas del pasado, pasan por suponer una eventual radicalización política del Gobierno ante la disyuntiva de tener que devaluar fuerte y pagar el costo del fogonazo inflacionario, o resistir. Inquieta que al no sincerar la devaluación, se avance con iniciativas que afecten todavía más la propiedad privada, cada vez con mayores impuestos, o lisa y llanamente con expropiaciones directas que pongan en peligro el ahorro en dólares de las empresas y las familias.

Hay un elemento de la política que conviene tener presente en estas horas de extremo pesimismo y extrema preocupación en la vida económica del país. La mayoría de los consultores y encuestadores aseguran que aun ganando las elecciones parlamentarias del año próximo, aun si el Gobierno lograra evitar una mega devaluación, en ningún caso el oficialismo alcanzaría los dos tercios de los votos en el Senado, mucho menos en la Cámara de Diputados de la Nación.

Si esto fuera cierto, se acota fuertemente la posibilidad de los sectores de izquierda del Frente de Todos que se referencian en Cristina y su legado para avanzar en reformas muy delicadas para la organización política y económica del país, tal como la conocemos desde 1853 a la fecha. Sin dos tercios del Senado y Diputados, no se puede avanzar en una reforma de la Constitución, ni la remoción de la Corte Suprema, o el copamiento de toda la Justicia por parte de jueces militantes.

Los delirios expropiatorios tendrían un freno institucional, además de la relación de fuerzas en las urnas, donde hoy el cristinismo no tiene 54% de los votos contra 17% de la oposición como en 2011. Hoy parece haber aumentado ese 41% que obtuvo Cambiemos hace casi un año en la primera vuelta contra el 48% de Alberto y Cristina. No parece tan disponible el vamos por todo.

Por eso importa tanto seguir el comportamiento de la Corte. El caso del traslado de los camaristas federales cuestionados por el Instituto Patria representa un leading case para el mundo económico. Lo que importa verificar es si la Corte también supone un límite al avance del Estado fundido, que busca apropiarse cada vez más de la renta privada para subsistir vía impuestos, cepos y controles, hasta obligando a empresas a trabajar a pérdida con los precios máximos.

En el terreno cambiario, hasta ahora no dieron el resultado esperado las recientes medidas que cerraron más el cepo a las empresas para pagos al exterior y al dólar ahorro. Tampoco está asegurado, si no se tranquiliza el mercado, el ingreso de divisas hasta fin de año que se promete del complejo agro industrial, al que se le ofreció una zanahoria con el diferencial de retenciones a favor de las exportaciones de la de soja procesada en aceite, harina o biocombustibles.

Por mejor voluntad que presenten las aceiteras y exportadoras de granos, el ingreso de divisas siempre depende de que los productores vendan: y está claro que esos productores agropecuarios, igual que el resto de los argentinos, no van a liquidar sus ahorros y su caja en dólares que la conservan como grano en silo bolsas, a la mitad o un tercio de lo que valen. Si venden será, como hasta ahora, lo menos posible.

Al problema de la falta de incentivos para ingresar dólares que tienen los exportadores porque se los pagan la mitad de lo que valen en el mejor de los casos, se mantiene el esquema ya tres veces fracasado del cepo cambiario que termina contribuyendo a vaciar las pocas reservas que van quedando, que se siguen yendo en dólar ahorro y dólar tarjeta.

En lugar de habilitar un mercado libre y legal para ahorro y turismo, en que los argentinos puedan comprarse y venderse los dólares entre sí sin afectar el nivel de reservas, se insiste con el cepo que a medida que se va cerrando, curiosamente va quedando sólo disponible para los sectores de mayor poder económico de la sociedad.

Si ahora solo se habilita para dólar ahorro de las reservas sólo a 25% de la gente que podía comprar hasta septiembre, esta claro que ese 25% habilitado corresponde a las personas y familias más acomodadas, que no necesitaron subsidio alguno ni mucho menos para sobrevivir al drama del Covid-19 y las cuarentenas. Ni hablar el dólar turismo y tarjeta que sigue vigente, que permite que las pocas reservas que van quedando, o lo poco que liquida el campo, termine financiando pasajes en primera clase y consumos importados de lujo a cuenta de los dólares que se van agotando del comercio exterior.

La combinación del cepo con el control de cambios y la brecha entre el dólar controlado y los mercados libres es una garantía para que se sigan vaciando las reservas. Le pasó a Cristina Kirchner entre 2012 y 2015, a Mauricio Macri a partir del regreso del cepo entre las PASO y el fin de su mandato; y se agravó con la llegada de Alberto Fernández por los efectos letales de la pandemia y cuarentenas extremas.

Se profundizó sin límite la súper emisión de pesos para cubrir el déficit cada vez mayor entre lo que el gobierno gasta y lo que se recauda. Y ese tsunami de pesos, que no queda claro cómo se va a ir neutralizando, es lo que presiona la demanda de dólares o bienes, ya que los actores económicos buscan sacarse los pesos cada vez más devaluados de encima.

Recomponer la confianza no parece posible sin una hoja de ruta que al menos garantice que el déficit y la emisión de moneda en el futuro se van a ir reduciendo. Y se coincide en que la mejor programación económica no alcanzaría sin un golpe de timón político que aleje el fantasma de la radicalización económica, con más estatismo y más intervención, si se agotan definitivamente las reservas.

Los tiempos se aceleran. Hacer nada, esperar hasta las elecciones para definir quién manda, y rezar entretanto para que la Corte frene los delirios expropiatorios que puedan seguir apareciendo de los sectores extremos del poder, no parece un escenario favorable para salir del estancamiento.