Willy Kohan: “Tal vez ya hubo golpe y lo administra Cristina”
Para El Cronista
Es evidente y comprensible que la sorpresiva y extemporánea advertencia del expresidente Eduardo Duhalde sobre un eventual golpe de Estado en la Argentina suene a un verdadero delirio. Sobre todo si esa percepción se asocia a los recuerdos trágicos en el país de los golpes militares del siglo pasado, con interrupción del orden constitucional, asalto por la fuerza a los poderes legales y republicanos establecidos, un General haciéndose del Poder Ejecutivo en reemplazo del presidente constitucional, estado de sitio, cercenamiento de las libertades públicas y políticas, violaciones a los derechos humanos y ocupación castrense al Congreso y al Poder Judicial.
Nada de todo aquello parece hoy disponible en la Argentina. Con indulgencia, muchos viejos dirigentes peronistas solicitaban ayer tomar con pinzas las declaraciones públicas del ex mandatario en orden a su estado emocional.
Pero que haya sido justamente Eduardo Duhalde quien vino a menear la soga en la casa del ahorcado es toda una paradoja, y permite algunas reflexiones sobre el momento actual. El expresidente, conviene recordar, fue uno de los protagonistas centrales en la famosa crisis del 2001/2002 con el estallido de la convertibilidad, que con mecanismos constitucionales y sin militares desfilando por las calles, finalmente reemplazó al gobierno de Fernando de la Rúa.
Aquella movida, que significó también un brusco cambio en el rumbo y la organización política y económica del país, fue muchas veces interpretada como un golpe de Estado blando contra De la Rúa, producto de un acuerdo político entre radicales, peronistas y sectores empresarios después de una crisis socio económica terminal, que lo terminó colocando justamente a Duhalde la frente de los destinos del país.
Hoy se asiste a otro fenómeno de crisis de poder para prestar atención con impacto directo en los negocios. A la incertidumbre que ya se venía profundizando desde la derrota de Mauricio Macri en las PASO hace un año, y que se agravó por el cristinismo económico no tan esperado de Alberto Fernández y, sobre todo, los efectos de la pandemia y las cuarentenas que profundizan el déficit fiscal, la emisión y la inestabilidad cambiaria; ahora se suma fuertemente una renovada incertidumbre política: quién gobierna, quién manda, quién impone la agenda y las políticas de mediano y largo plazo: ¿Alberto o Cristina Kirchner?
No se trata solo de una disputa personal. Es el modelo de país que cada uno representa el que está en juego, aun si finalmente fuera una construcción falsa o una expresión de deseos la idea de que existe un Alberto «moderado» con un peronismo de centro, no dispuesto a seguir la radicalización de Cristina.
Argentina, en definitiva, ¿se va a recuperar del desastre con reglas capitalistas clásicas como ocurrió en el pasado; o vamos a un nuevo Contrato Social como proclama Cristina con nuevas concepciones respecto de los derechos de propiedad y las atribuciones del Estado en la vida de las personas, las familias y las empresas, con el argumento de mantener un Estado Presente y cada vez más grande que asegura igualdad y redistribuye de los que más tienen a los que menos tienen?
Conviene apuntar que salvo la correcta decisión del Gobierno de evitar el default, el resto del modelo económico que está aplicando Alberto Fernández desde que asumió con Martín Guzmán en el Palacio de Hacienda está más a la izquierda que la gestión Cristina-Kicillof en 2013-2015. Hay más cepo, más control de cambios y de importaciones, mayor intervención estatal en sectores clave como ahora las telecomunicaciones, intento de estatización de empresas privadas, precios máximos y la profundización del estatismo económico en todos los sectores.
Se multiplica la dominancia de Cristina en el área económica donde se suponía que Alberto tendría más autonomía. Aun a pesar del acuerdo por la deuda, no baja el riesgo país, los precios de los activos no recuperan, y la gente huye del peso comprando dólares o lo que pueda.
La frutilla de la torta llegó de la mano de la agenda política ya totalmente dominada por la lógica de la grieta cada vez más violenta como forma de enfrentar el descontento y las protestas de la clase media y la oposición contra las cuarentenas extremas; o el nuevo intento de colonizar la Justicia con jueces y fiscales militantes que faciliten impunidad para el poder y capacidad de persecución a los adversarios.
A los amigos todo, a los enemigos ni justicia. No podía faltar en el combo de la cristinización de Alberto la batalla contra la prensa crítica y la aplicación de la verdadera ley de medios que rigió a pleno en toda la era Kirchner: la extorsión económica a las empresas de medios a través del reparto arbitrario de la publicidad estatal y ahora el congelamiento de precios al cable, la telefonía y los servicios de Internet.
Los ministros del gabinete que no se identifican con el Instituto Patria están mudos. Otros, como Santiago Cafiero, se radicalizan para asegurar el cargo porque saben que los tienen apuntados en el cristinismo.
La idea del Alberto «moderado» se desvanece cada vez más y es mala señal para la economía. Los únicos entusiasmados son algunos industriales a los que les reapareció la actividad ante el cierre de importaciones y la mayor demanda del público que compra lo que sea para sacarse los pesos de encima. También ejecutivos animados por la bendición de Cristina a un acuerdo con los sectores que industrializan el campo en contra de la tradicional Mesa de Enlace.
Observadores políticos más ácidos consideran que fue siempre un sueño o una expresión de deseo aquello del Alberto moderado. Consecuencia de cierta candidez en el Circulo Rojo que se ilusiona con que alguien le ponga límites al proyecto radicalizado de Cristina.
Ninguna idea y ningún sueño. Fue la farsa del Alberto moderado, opinan sobre todo en la oposición dura que ahora busca representar Mauricio Macri. Acusan al periodismo de haber inventado esa ilusión y creen, como Cristina, que Macri perdió las elecciones porque el periodismo vendió la supuesta mentira del Alberto moderado. Los mismos argumentos en los dos extremos de la grieta: la gente vota a favor o en contra, porque es engañada por los medios.
Como quiera que sea, ese Alberto Fernández del centro ya no existe. No se sabe si se trata de una situación temporaria o definitiva. Tal vez Duhalde no estaba tan equivocado. Tal vez el golpe ya ocurrió. Lo administra Cristina, también a ella la votaron.
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